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Howard Hawks

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Howard Hawks vivió 81 años, dirigió cuarenta largometrajes y produjo o contribuyó a producir otros diecisiete títulos. Nacido en una familia adinerada, Hawks tomó rápidamente conciencia de sus privilegios y aprendió a valerse de ellos para desenvolverse con éxito en la vida. Desde un principio desestimó todo aquello que le interesaba poco, empezando por sus estudios. No se sabe exactamente cómo ingresó en la universidad, habiendo sido un estudiante mediocre, pero en cambio está claro que se recibió de ingeniero menos por méritos propios que por la intervención fortuita de la primera guerra mundial. Hawks se comportó desde siempre como su leyenda, alternando mujeres, juego y deportes. Su formación artística es más imprecisa: nunca fue un gran lector, pero en cambio se aficionó al teatro y eso pudo ayudarlo a definir su personal sentido narrativo.
Tras aprender los diversos aspectos del oficio del cine como empleado en tareas menores en la empresa Paramount, el joven Hawks aprovechó su independencia económica para vincularse a la producción. En ese rubro desarrolló su propia manera de negociar con los poderes establecidos, demostrando siempre superioridad y convicción, aunque no la sintiera: era una manera de imponerse. Con una audacia en parte justificada por su buen pasar, Hawks hizo buenos contactos, demostró criterio en la selección de argumentos y en poco tiempo pudo comenzar a dirigir, que era lo que realmente quería. Esos años iniciales le dieron la perspectiva que necesitaba para comprender qué opciones tenía dentro de la industria. Desarrolló sus propias ideas sobre el gusto del público y comenzó a manejarse como si la realización de películas exitosas fuese un problema mecánico que podía resolverse con habilidad e ingenio. Así llegó a convencerse de que si un film no lograba el éxito era, simplemente, porque tenía algo que no funcionaba. Lo singular de su caso es que esa visión pragmática del oficio resultaba confluir con su visión artística. En poco tiempo construyó una filmografía eficaz y eso le proporcionó buena parte de lo que necesitaba. Como decía Erich Von Stroheim, el amor que sienten en Hollywood por un director es directamente proporcional a la recaudación de su último film y Hawks sólo tuvo uno o dos tropiezos en sus primeros cinco años como director. De ese primer período destacan A Girl in Every Port (1928), The Dawn Patrol (1930) y The Criminal Code (1931); estos últimos se cuentan todavía entre lo mejor que produjo el primer cine sonoro americano.
Convencido de saber mejor que nadie lo que había que filmar y cómo había que filmarlo, Hawks comenzó por donde la mayoría termina: eligiendo dónde trabajar y librándose de las interferencias como quien se quita el saco. Así pasó de la Paramount a la MGM y después a la Fox, buscando el clima adecuado para hacer lo que quería. En esos y otros pases de su vida puso siempre sus intereses por encima de los de la otra parte y fueron frecuentes las rupturas de contrato, las expulsiones, las amenazas y los juicios, molestias que solía desestimar si así lograba alcanzar la posición deseada. En poco tiempo llegó así a obtener considerable independencia en un Hollywood que entonces era muy poco propenso a tolerar semejante cosa.
Hubo por lo menos dos modelos para la mujer hawksiana en su madre y en su tía, que supieron moverse en la vida con audacia e independencia sin resignar su feminidad. Su tía, en particular, había desafiado a la sociedad de su tiempo casándose con un periodista sin dinero ni alcurnia, una historia digna para servir como base de una buena comedia brillante. El período donde aparecen las mujeres más fuertes de la filmografía de Hawks coincide con el que compartió con su segunda esposa, Nancy Gross, conocida como Slim. En su figura y estilo puede encontrarse, por ejemplo, el origen visual de los personajes que lanzaron a Lauren Bacall primero en To Have and Have Not (1944) y después en The Big Sleep (1946).
Como cualquier verdadero autor, Hawks trabajaba mano a mano con sus guionistas estuviera o no a cargo de la producción de sus films. Si podía los elegía él mismo y si no trataba de hacer los ajustes que creyera necesarios con ayuda informal de alguno de sus escritores preferidos (Ben Hecht, Jules Furthman, William Faulkner, Charles Lederer, Leigh Brackett), a los que siempre valorizó por encima de cualquier otro profesional. Su relación con Faulkner, en particular, llegó a ser legendaria porque sirvió para sacar al escritor de varios apuros económicos y emotivos: cada vez que viajaba para trabajar con Hawks, el autor no sólo recibía un sueldo generoso sino que reiniciaba su relación amorosa intermitente con Meta Carpenter, la secretaria del director.

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