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Clint Eastwood y Sergio Leone: la Trilogía del Dólar

Clint Eastwood y Sergio Leone: la Trilogía del Dólar
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Guillermo Triguero, 17/03/2013

En los años 60 el western no pasaba ciertamente por su mejor momento. Las películas ambientadas en el salvaje Oeste han sido siempre uno de los grandes géneros tradicionales del cine, pero en aquella época esta temática se había vuelto algo desfasada. Tanto la figura del valeroso pistolero como esa concepción del género basada en buenos y malos empezaban a estar algo anticuadas en una época tan convulsa como los años 60, unos tiempos llenos de cambios sociales y de cuestionamiento de muchos valores tradicionales. En consecuencia, el western se refugió en la televisión, un medio más conservador y familiar donde podía seguir basándose en esos valores arcaicos.


Al mismo tiempo, muchos de los grandes cineastas especializados en el western estaban llegando al final de sus carreras llevándose consigo una visión del género que nunca volvería. El que John Ford realizara en esos años un film como El Hombre que Mató a Liberty Valance fue altamente significativo: incluso el maestro empezaba a tratar más abiertamente en sus obras el cuestionamiento de los valores del género.


Nada de eso sucedía sin embargo en Europa, donde diversos países como Alemania, Italia y España se habían animado a realizar sus propios westerns aprovechando por un lado los paisajes desérticos españoles y, por el otro, la fortaleza que había adquirido la industria cinematográfica europea con el desembarco de numerosas grandes producciones de Hollywood, que filmaban ahí muchas de sus películas aprovechando las ventajas económicas que eso suponía. Estos westerns europeos de bajo presupuesto eran una versión bastarda de los clásicos de Estados Unidos que evidenciaban la admiración que sentían los europeos hacia el cine americano. Eran producciones destinadas a un consumo rápido en programas de doble cartel con el nombre de sus actores y su equipo camuflados bajo pseudónimos ingleses para darles mayor autenticidad. Nada hacía pensar que estas modestas versiones europeas pudieran tener ninguna influencia sobre lo que se hacía en Estados Unidos, ni mucho menos los protagonistas de este artículo...



Nuestros protagonistas


Sergio Leone llevaba el cine en la sangre. Hijo de cineastas italianos, estaba metido en la industria desde los 18 años y había debutado como director realizando peplums, el gran género que se estilaba en Italia, pero a mediados de los 60 acariciaba la idea de realizar un western. A Leone no se le escapaba el hecho de que el género se había anquilosado terriblemente. Los westerns se habían vuelto irreales y anticuados y, lo que es peor, no encajaban con el sentimiento de la época ni con la evolución que estaba sufriendo el cine. Su ambición era hacer un pequeño western en que pudiera exhibir su visión del género, que no fuera tan anticuado como los westerns americanos que la gente ya no se creía pero de más calidad que los spaghetti westerns de bajo presupuesto.



El proyecto en que se embarcaría para llevar eso a cabo sería un remake de Yojimbo, de Akira Kurosawa en clave western, tomando como protagonista un misterioso vaquero que llega a un pueblo dominado por dos familias enfrentadas y va pasando de una a otra para ganar dinero. No obstante, el bajo presupuesto del que disponían no les hacía posible pagar a Kurosawa los derechos de autor, así que optaron sencillamente por no pagarlos. ¿Por qué malgastar tontamente el dinero así por un film que era imposible que fuera a llegar hasta Kurosawa, ya que lo más probable era que no saliera de los programas de exhibición dobles de Italia y España? Además, Yojimbo estaba a su vez inspirada en Cosecha Roja de Dashiell Hammett y Kurosawa no lo acreditaba en su film.


Para el papel protagonista, Leone quería contar idealmente con actores como James Coburn o Charles Bronson, pero todos los grandes nombres que recibieron la oferta la declinaron. Por un lado, un western italiano de limitado presupuesto no podía permitirse pagar a actores de este calibre. Y por el otro, muy probablemente a ninguno de ellos les entusiasmaría la idea de irse hasta Italia y España para hacer un western cutre. El actor que acabó aceptando la propuesta era ni más ni menos que una de las últimas opciones de la lista de Leone.



Clint Eastwood por entonces era el protagonista de uno de los muchos westerns televisivos de éxito en la época: Rawhide. La serie le había lanzado sorprendentemente al estrellato desbancando incluso al que era inicialmente el verdadero protagonista. En aquella época se encontraba en su momento de mayor popularidad, así que la oferta de Leone no le resultó especialmente atractiva y su primer impulso fue rechazarla. ¿Qué se le había perdido a él en Europa? Además, si quería construirse una carrera en el cine, irse a Italia no parecía la opción más inteligente. Afortunadamente para él, decidió aceptar. Eso sí, tomándose el rodaje como un pequeño descanso de Rawhide, unas vacaciones pagadas en Europa, pero nada más.


Si alguien le hubiera dicho a cualquiera de los dos que ese western supondría el lanzamiento de sus carreras, ninguno se lo habría creído.



Una colaboración legendaria


Lo que a Leone le gustaba de Eastwood no eran sus dotes de actor sino su presencia. Su manera de andar, sus gestos y su mirada tenían carisma si se usaban debidamente, y Leone sabía hacerlo. Debe recordarse que por aquella época el cowboy que encarnaba Eastwood en Rawhide no se parecía a sus futuros personajes: era un personaje heroico, sonriente y agradable, el tipo de protagonista que necesitaba un western televisivo. Uno de los pocos alicientes que encontró el actor en el guión era poder encarnar por fin a un personaje más oscuro y ambiguo como contraste. El protagonista era un hombre sin nombre y sin pasado, que habla poco y deja entrever aún menos sobre sí mismo. Lleva una barba descuidada, un apestoso cigarro y un poncho, una pieza de ropa que el público asociaba a personajes mexicanos, nunca a un héroe de western. Sería el nacimiento de Clint Eastwood tal y como lo conocemos hoy día.


Ese era el tipo de héroe que Leone necesitaba para la clase de western que tenía en mente: más oscuro y sombrío, plagado de violencia extrema para la época y de cierto humor macabro. Era llevar algunos rasgos del género al límite hasta rozar el exceso.



El rodaje del film, que se bautizó Por un puñado de dólares, se llevaría a cabo entre los estudios Cinecittá y España con un presupuesto ínfimo. Clint nunca volvería a trabajar en una película tan barata como ésta. Al bajo presupuesto hay que sumarle el hecho de que buena parte del reparto estaba formado por actores no excesivamente buenos (una excepción es Gian Maria Volonté, excelente como antagonista) y, lo que es mejor aún, que Leone no sabía ni una palabra de inglés ni Eastwood de italiano. Afortunadamente, ambos consiguieron entenderse gracias a la intuición de Clint sobre lo que el director buscaba y, cabe decirlo, a la facilidad de Leone para explicarse con mímica. Como en todos los rodajes italianos, los diálogos no se grababan, y por tanto, los actores podían decir sus frases en su idioma natal (inglés, español o italiano) sin que eso afectara a la coherencia del film.


Otro personaje importantísimo fue el compositor Ennio Morricone, quien aportó una banda sonora legendaria que sería el complemento ideal para los films de Leone. No sería descabellado afirmar que sin sus composiciones épicas y reconocibles al instante, las películas perderían uno de sus valores más importantes y distintivos. Y si no me creen intenten imaginarse el duelo de El Bueno, el Feo y el Malo sin su banda sonora. De hecho, Leone trabajaba con la banda sonora ya compuesta y planificaba las escenas adaptándose a ella, una práctica muy poco habitual que le servía para que la música y las imágenes conjuntaran como si se trata de una ópera épica.



El resultado de esta combinación fue la magnífica Por un puñado de dólares, uno de los westerns clave en la historia del cine. Se trataba de un film que tomaba los códigos del género y los llevaba a unos extremos nunca antes vistos con un estilo propio. En su época fue una bocanada de aire fresco que contrastaba con los westerns acartonados de Hollywood o las cutradas de spaghetti westerns que se hacían en Italia. Leone ya en este film se erigía como un director extraordinario con rasgos fácilmente reconocibles. Son famosos por ejemplo sus primeros planos de los rostros. Mientras que tradicionalmente este tipo de planos servían para mostrar la reacción de un personaje o un diálogo, Leone planteaba sus primeros planos tan cerrados casi como paisajes, estudiando los ojos y los rasgos faciales de la persona.


Por otro lado, en aquella época el film fue criticadísimo por su alto nivel de violencia (eran los años previos a Bonnie y Clyde o Grupo Salvaje) y su contenido tan inmoral. Tal es así que cuando se estrenó años después en la televisión americana se rodó un prólogo sin la autorización de ninguno de los implicados destinado a justificar al protagonista, ya que consideraban que se necesitaba explicar moralmente por qué el héroe había cometido tal baño de sangre. Como Eastwood se negó rotundamente a tener nada que ver con ese despropósito, la escena se convirtió en un ejemplo de humor involuntario en que el personaje sin nombre no dice ni una palabra y aparece siempre de espaldas a la cámara, excepto por un par de planos de los ojos de Eastwood insertados tan burdamente que es imposible no dejar escapar una carcajada. Harry Dean Stanton era el encargado de llevar todo el peso de esta escena en que un oficial ofrece al hombre sin nombre el perdón de su pena en la cárcel a cambio de que haga limpieza en el pueblo donde se desarrolla la historia. De esta forma, Eastwood no sería un héroe inmoral que actuaba movido por sus intereses sino un hombre que cumplía una misión, y así los respetables espectadores americanos podrían irse a dormir tranquilamente sin sufrir el shock de ver un film cuyo héroe es un mercenario que provoca la muerte de medio reparto por dinero.



Anécdotas aparte, pese a que todos los implicados se dieron cuenta enseguida de que el resultado era magnífico, en su momento nadie podía ni imaginarse que ese film sería un éxito de taquilla que revolucionaría el género. Se estrenó de forma muy precaria sin muchas esperanzas, pero poco a poco fue ganando más público hasta convertirse en un fenómeno de taquilla en Italia. Leone lo había conseguido: había hecho historia.



Lee Van Cleef entra en escena


Mientras Por un puñado de dólares arrasaba en Europa, Eastwood volvía a su serie Rawhide, que por entonces estaba ya dando sus últimos coletazos. Como el film de Leone no se había estrenado en EEUU (ni lo haría hasta 1967 por la demanda de plagio de Akira Kurosawa), el actor tardó en saber que esa película que había hecho como mero pasatiempo en Italia le estaba convirtiendo en leyenda. Cuando Leone lo llamó para proponerle protagonizar una secuela, el cauto Eastwood quiso ver antes cómo había quedado el film anterior. Le hicieron llegar una cinta doblada al italiano, y pese a la barrera del idioma saltaba a la vista que Leone había hecho un trabajo excelente. No dudó en aceptar.


Después de haber saboreado el placer de interpretar un personaje como el hombre sin nombre, su Rowdy de Rawhide se le antojaba soso y aburrido. Del mismo modo que después de disfrutar de un western tan violento y emocionante como Por un puñado de dólares, las tramas de Rawhide sobre recuperar ganado perdido eran tan excitantes como una comedia de Doris Day.


La siguiente película se llamaría La Muerte Tenía un Precio y sería un claro paso adelante respecto a Por un puñado de dólares. No solo el film tenía más presupuesto y sus participantes repetían su buen saber hacer pero más confiados, sino que se añadió al equipo un nuevo actor: Lee Van Cleef, que compartiría protagonismo con Clint Eastwood. Como sucedió anteriormente, la idea inicial de Leone era contratar a Lee Marvin, pero pedía demasiado dinero, así que se decantaron por Van Cleef, un rostro habitual en papeles secundarios de westerns cuya carrera por entonces había tocado fondo por culpa de su alcoholismo. Años atrás había sufrido un accidente automovilístico que le dejó secuelas de por vida y le movió a abandonar su carrera como actor para dedicarse a pintar cuadros. Cuando lo llamaron para hacer la película, Van Cleef no tenía ningún problema con el sueldo. Sin sospecharlo, éste y su siguiente papel le llevarían a su época de mayor éxito como actor participando en numerosos spaghetti westerns.



En la trama ambos interpretaban a dos cazarrecompensas que persiguen a un mismo hombre, el temible bandido apodado El Indio, que se ha fugado de la cárcel y se dispone a cometer un temerario robo a un banco. Más adelante se descubre que el cazarrecompensas interpretado por Lee Van Cleef persigue a El Manco no por el dinero, sino porque mató a su hija en el pasado.


El film, una auténtica obra maestra del género, combinaba la dureza de Por un puñado de dólares añadiéndole además un nuevo elemento más sentimental con la subtrama de venganza de fondo, que luego Leone llevaría a su cénit en Hasta que llegó su Hora. En esta ocasión, Clint le cede el honor del duelo final a Lee Van Cleef, pero aun así no tenía nada que temer: seguía siendo la estrella de la película y una celebridad en Italia.



Cumbre de la trilogía


Según parece, la génesis de El Bueno, el Feo y el Malo tuvo más que ver con la picaresca que con otra cosa. Después de que La Muerte Tenía un Precio fuera otro éxito de taquilla aplastante (en su época los tres films de Leone fueron los más exitosos de la historia del cine italiano, y en Europa eran también aclamadísimos) los ejecutivos de la United Artists se desplazaron a Italia a contemplar ese fenómeno con sus propios ojos y negociar la distribución de las películas en EEUU. Quedaron tan maravillados ante la locura que habían desatado las dos películas que le propusieron a Leone, al guionista Luciano Vincenzoni y al productor Alberto Grimaldi colaborar en el próximo western que hiciera el mismo equipo. En aquel momento no tenían nada pensado, pero no iban a desperdiciar esa oportunidad, así que el guionista improvisó una trama sobre tres vaqueros que buscan un tesoro en la época de la Guerra Civil. "Perfecto. ¿Cuánto costaría?", preguntaron los ejecutivos. Alguien se aventuró a decir un millón de dólares sin mucha esperanza y para sorpresa de los tres, los americanos aceptaron entusiasmados el trato. Ya tenían su próxima película en marcha y no había ni un guión escrito.


El Bueno, el Feo y el Malo sería no sólo la mejor y más taquillera película de la Trilogía del Dólar, sino también la más excesiva, la que llevaba a un mayor extremo todos los rasgos que caracterizarían las dos anteriores: más larga, más violenta, con una banda sonora aún más épica y un duelo final a tres bandas. Curiosamente, Eastwood era algo reticente al principio aun cuando el proyecto era un éxito asegurado, ya que no le gustaba la idea de compartir protagonismo con dos más (sería de hecho su última colaboración con Sergio Leone). No obstante, en aquella época su serie Rawhide se canceló y el actor seguramente pensaría que no le vendría mal acabar de asegurar su fama con otro exitoso western antes de lanzarse a su carrera cinematográfica.



Como gran novedad respecto a las anteriores, El Bueno, el Feo y el Malo contaba entre sus protagonistas con un actor veterano de innegable calidad para sustituir a Gian Maria Volonté, que rehusó repetir colaboración con Leone. Eli Wallach era un intérprete formado en el Actor's Studio que tenía ya experiencia tanto en Broadway como en el cine, trabajando para directores como Elia Kazan en su polémica Baby Doll. Resultaba un curioso contraste verlo al lado de Eastwood y Van Cleef, actores que resultaban magníficos en el tipo de papeles que Leone les proporcionaba pero que eran muy limitados - Leone decía de Eastwood que tenía dos expresiones: con sombrero y sin sombrero. Wallach no era una estrella como Eastwood, pero sí un actor reputado con experiencia (por entonces tenía ya 50 años) que no acabó de entender por qué alguien iba a quererlo en un spaghetti western. No era el tipo de género o de producciones en las que soliera moverse, y su fisonomía de entrada no encajaba mucho como peligroso pistolero, pero antes de rechazar el papel se hizo proyectar un western de ese tal Sergio Leone para ver quién era ese tipo. Antes de acabar de verlo, Wallach ya había salido en busca de un teléfono para aceptar el papel.


Este nuevo film, que ahora contaba con capital americano, ya no era una un proyecto barato sino una gran producción con multitud de medios que permitían a Leone dar rienda suelta a todas sus ambiciones como director. Contó con la colaboración de soldados del ejército español para que hicieran de extras como soldados de la Guerra de Secesión y se incluyó también una espectacular escena en que un puente volaba en pedazos -escena que no salió bien en la primera toma, provocando que tuviera que volver a construirse el puente-. El cementerio que se ve al final de la película también fue construido expresamente con un estilo que recordaba más a un circo romano en que los tres gladiadores se enfrentaban en la arena ante la presencia atenta de todos los fallecidos.



No obstante, pese a contar con más recursos, el rodaje no fue muy agradable para los actores. Elli Wallach sufrió varios accidentes que pudieron costarle muy caros, de los cuales los más famosos fueron cuando bebió por error de una botella que contenía ácido sulfúrico o ciertos problemas con un caballo inquieto en una escena en que estaba con una horca alrededor del cuello. El actor neoyorquino, de hecho, estaba atónito ante lo que sucedía en el rodaje. Él era un actor profesional acostumbrado a ensayar a fondo sus personajes hasta comprenderlos del todo para así ofrecer una interpretación lo más creíble posible. En ese circo en el que se había metido se encontró con que apenas se ensayaba en gran parte porque salvo los tres protagonistas nadie hablaba inglés. Es más, como los diálogos se doblaban posteriormente y se grababa sin sonido, los actores a menudo no recordaban sus diálogos y se dedicaban a recitar números o tenían que interpretar su escena mientras de fondo se oía al equipo charlando o haciendo todo tipo de ruidos. Para un actor teatral como Wallach todo esto era inconcebible. Pero lo mejor de todo fue cuando vio el resultado final y se dio cuenta de que aun así, la película funcionaba perfectamente, y que no se notaban las carencias de los actores. Una curiosa lección sobre la magia del cine.


Eastwood tampoco estaba especialmente contento durante el rodaje. Leone, ante un presupuesto enorme, había sacado a la luz su faceta más enfermizamente perfeccionista repitiendo escenas sin parar filmándolas desde diferentes ángulos y cuidando hasta el más mínimo detalle. Clint, que siempre ha preferido rodajes breves y pocas tomas, estaba harto de ese italiano loco que además insistía en que su personaje debía seguir fumando ese asqueroso puro -Eastwood no era fumador-.


A pesar de todo, el esfuerzo valió la pena: El Bueno, el Feo y el Malo fue instantáneamente uno de los westerns más famosos de la historia del cine y el broche de oro de la Trilogía del Dólar. Suponía un término medio entre sus anteriores westerns y la casi barroca Hasta que llegó su Hora que contentaría tanto a los incondicionales del género como a los cinéfilos más exigentes. Más que profundizar en la violencia de las obras anteriores, Leone se recreó en los aspectos cinematográficos, alargando al límite la presentación de los personajes ayudado por un magnífico guión de Vincenzoni que no se hacía aburrido pese a su larga extensión. Wallach y su personaje aportaron un contrapunto cómico imprescindible mientras que Van Cleef se convirtió en un inolvidable villano. Para la posteridad queda el magnífico enfrentamiento final entre los tres personajes, uno de los mejores duelos de la historia del género absolutamente soberbio a todos los niveles (no solo a nivel de dirección sino también, cabe volver a mencionarlo, a nivel musical gracias a la partitura de Morricone, que es prácticamente lo que sustenta la escena). Una auténtica obra de arte que es en sí misma el mejor homenaje que Leone podía haberle dedicado al western:




Después de la Trilogía del Dólar


A nadie sorprendió que El Bueno, el Feo y el Malo fuera un nuevo éxito de taquilla, aunque sí que lo fuera de tal envergadura. Tras su estreno, las carreras de Eastwood y Leone ya estaban más que aseguradas.


Clint no volvió a trabajar con Leone pero se volcó de lleno en su carrera como actor y director. Su protagonista sin nombre sería el modelo que seguiría en los años posteriores a la hora de dar forma a su prototípico personaje de hombre duro junto al Harry el Sucio de Don Siegel -de hecho, Leone y Siegel fueron los mejores directores con los que trabajó y sus mayores influencias como realizador. El mérito de su carrera es suyo, pero fue Leone quien le facilitó el empujón necesario para arrancar en el cine.


En lo que respecta a Sergio Leone, después de la Trilogía del Dólar realizó un cuarto western aún más épico y excesivo que los anteriores (¡sí, era posible!) que para muchos es su obra cumbre: el ya mencionado Hasta que llegó su Hora. Eastwood en esta ocasión rechazó el papel protagonista al intuir que sería un film aún más coral que El Bueno, el Feo y el Malo. Leone se desquitó consiguiendo a dos de los actores a los que había ofrecido protagonizar sus films en el pasado y que no pudo obtener: Charles Bronson y Henry Fonda. En Hasta que llegó su Hora, Leone elevó el spaghetti western a un nivel que lo emparentaba casi con una ópera trágica. Es superior a las obras anteriores en bastantes aspectos, pero la complejidad de su historia con varias subtramas desperdigadas quizá pueda echar algo para atrás en contraste con la inmediatez de la Trilogía del Dólar.


En última instancia también salió beneficiado el western como género. Leone le insufló una última juventud otorgándole no solo un nuevo estilo, sino una nueva forma de entenderlo. Los spaghetti western y los western crepusculares revitalizarían un género que por entonces parecía destinado ya a morir. Es cierto que a la práctica la mayoría de spaghetti westerns serían de poca calidad, pero por otro lado supuso una revitalización del género que muchos entusiastas del mismo recibieron con los brazos abiertos.


Además, otros realizadores seguirían el camino que había abierto Leone yendo a parar por otros derroteros y acabando de dar una última vuelta de tuerca al género. El caso de Sam Peckinpah es el más paradigmático, que con su violentísima Grupo Salvaje y la casi existencialista Pat Garrett & Billy the Kid llevó el género a su visión más descarnada y crepuscular. Curiosamente, el encargado de filmar la que se ha considerado como la gran despedida del western, Sin Perdón, sería el propio Clint Eastwood, el mismo que había contribuido a revivir el género junto a Leone y que había protagonizado varios westerns en los 70 manteniendo el mundo del salvaje oeste en la pantalla durante unos años más. El último gran revitalizador del género fue el encargado de darle fin, cerrando así el círculo.