Tengo esta única imagen de mi padre. Es un video casero, pero se lo ve bastante bien. Esta junto al tío Eduardo y detrás del rabino. Me circuncidan con alegría y orgullo. El sonido no es muy bueno, pero mi llanto se escucha, mezclado con los vítores de los invitados. Al otro día Papá se fue a Israel, a luchar en una guerra. La guerra terminó enseguida, pero él no volvió. Algunas cartas llegan, y a veces llama. A mamá todo esto le parece normal y a mi hermano, Joseph, no lo merece ningún comentario. Yo no los entiendo. Uno no le anda cortando el pene a los hijos, y desaparece por treinta años, así como si nada. No es justo. Yo trabajo con mi Madre, en una galería comercial del barrio del Once. La galería es mi universo, un universo en extinción. Mamá tiene un negocio de lencería femenina. Trabajo con ella, imaginando los cuerpos desnudos de las mujeres que vienen a comprar prendas diminutas. Mi hermano Joseph trabaja en un local del fondo, vendiendo y comprando cosas. En frente está el negocio de Osvaldo, que está en venta, y más allá los coreanos y el de la familia Salgan, que arregla radios, y se gritan en italiano. Por suerte también esta el local de Rita, que es como una novia o algo así. Los negocios cambian de rubro, mis amigos se convierten en otras personas, algunos se casan, otros se transforman y la mayoría busca la salvación de un pasaporte europeo. Aarón ya es francés, Pedro español y yo pronto seré un hombre polaco.